A Mariela, ojos de mis ojos
En
el hermoso Cantar de los Cantares
atribuidos al Rey Salomón, el Esposo le dice a la Esposa: He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; He
aquí eres bella; tus ojos son como palomas ¿Por qué son como
palomas los ojos de la esposa? Lo son debido a que aprendieron a ver al mundo
con los ojos del corazón y esto, no me cabe duda, permite ver y comprender la
realidad desde otra esfera del razonamiento, esto significa la posibilidad de
que amor, conocimiento y verdad graviten en una misma frecuencia liberadora que
sólo es capaz de brotar en aquellos que, como testimoniara San Pablo, creen con
el corazón. En la Carta Encíclica Lumen Fidei de S.S. Francisco, nos
hace referencia a que el corazón es el centro del hombre, ese eje transparente
en el cual se entrelazan todas las dimensiones humanas, es decir, cuerpo y
espíritu, que se corresponden con la interioridad de la persona y su apertura
al mundo y a los otros, ya que si el corazón “es capaz de mantener unidas estas
dimensiones es porque en él es donde nos abrimos a la verdad y al amor, y
dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo”.
Los ojos se nos transforman en palomas
cuando nos abrimos al calor siempre constante del amor de Dios, y esto
comprendiendo que, Amor y Dios son lo mismo, por ello, los místicos
construyeron ese hermoso concepto de Dios-Amor por estar íntimamente ligados a
la Alianza como base fundamental. Al recibir el gran amor de Dios, única
posibilidad real de transformación interior, la fe se abre a una comprensión
distinta surgida de unos ojos nuevos, de unos ojos que abren su campo a todos
los matices que conforman las acciones humanas. Los seres humanos somos
posibilidades, miles de posibilidades y nos apropiamos de algunas para poder
vivir. Esa apropiación es lo que podríamos llamar decisión. Estamos en
constante toma de decisiones. Ahora, decidimos con lo que tenemos, decidimos,
incluso, desde nuestras carencias, ya que, como decía Sartre: somos lo que han
hecho de nosotros. Con eso que han hecho de nosotros, decidimos. He allí la
base donde pueden sustentarse nuestros errores humanos. Vemos lo que nos han
enseñado a ver. Decimos lo que nos han enseñado a decir, hasta sentimos lo que
nos han enseñado a sentir. Y si nos hemos construido la existencia desde la
carencia, pues, nuestra vida no será auténtica, siempre habrá un vacío y ese
vacío, por una necesidad humana, lo llenamos con lo primero que nuestros ojos,
también incompletos, logran ver en medio de tanta oscuridad. ¿Cuál será el
resultado previsible para cada decisión? El dolor, el error, la desesperación
que, sin duda, al comienzo se nos presentará como un bálsamo tranquilizador,
pero que no es más que una compresa caliente cuyo calor será breve e
insustancial, alejándonos de la oportunidad de ser hombres de la verdad, del
derecho, de la bondad, del perdón y la misericordia.
Cuando nos abrimos desde la experiencia del
amor de Dios, las alas de las palomas, metáfora maravillosa de la mirada,
revolotean acercándonos a la posibilidad de la verdad compartida en el amor, el
conocimiento y la fe permitiéndonos contemplar, a partir una luz que ilumina la
diversidad de matices que nos conforman como seres humanos anulando la falsa
creencia de que somos malos por naturaleza. Abrirnos a esta experiencia significa
salir del aislamiento del propio Yo para encaminarnos hacia la otra persona en
la amorosa atención personal y, de esa manera, construir una relación duradera.
Así y sólo así disfrutamos del amor verdadero, es decir, la conexión
maravillosa entre el amor humano y el amor divino, y quien ama de esta manera
comprende que el amor es experiencia de verdad que nos abre los ojos para ver
toda la realidad de un modo nuevo, en unión con la persona amada.
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